En el Exilio | Ron Rolheiser
Una oración eucarística sobre un mundo
que amanece
En la fiesta de
la Transfiguración de 1923, Pierre Teilhard de Chardín se encontraba al
amanecer en la soledad del desierto de
Ordos en China, contemplaba cómo el sol iluminada con su luz naranja y roja el
horizonte. Se sintió profundamente tocado humana y religiosamente. Lo que más
deseaba hacer como respuesta era la celebración de la eucaristía como algo que
consagraba el mundo entero a Dios. Pero
no disponía de altar, ni de pan ni de vino. Por eso decidió hacer del mundo
entero propio su altar y lo que pasa en el mundo el pan y el vino para su misa.
A continuación transcribimos la oración que hizo sobre el mundo, al despertar
el sol de aquella mañana en China.
Oh Dios, como no
tengo ni pan, ni vino, ni altar, me elevaré por encima de estos símbolos y haré
de todo el mundo mi altar y te ofreceré todos sus esfuerzos y sufrimientos.
Como el sol se
eleva como una cortina de fuego sobre el horizonte de la tierra que despierta,
se estremece y comienza su tarea diaria, colocaré en mi patena, Oh Dios, la
esperada cosecha que ganaremos por este nuevo esfuerzo. Derramaré en mi cáliz
el zumo de todos los frutos que hoy habrán madurado. La patena y el cáliz son las profundidades de un alma pródigamente
abierta a todas las fuerzas que en el cada instante se elevan desde cualquier
esquina de la tierra para derramarse ante el Espíritu.
Dame Señor, el
recordar y hacer místicamente presentes
a todos a los que la luz está despertando en este nuevo día. Al mismo
tiempo que todo esto viene a mí mente recuerdo en primer lugar a todos los que
han compartido su vida conmigo: familia, comunidad, amigos y compañeros. Y
recuerdo también, aunque más vagamente, vivos y muertos, y, al final, la tierra
física en sí misma, estando frente a ti, Oh Dios, como un pedazo de esta
tierra, como ese lugar donde la tierra se abre y se acerca a ti.
Y así, Oh Dios,
sobre todo lo viviente que nace, crece, florece, madura a lo largo de este día,
digo de nuevo las palabras: “Este es mi cuerpo”. Y sobre cada impulso de muerte
que espera preparada para corroer, marchitar, arrancar, pronuncio de nuevo tus
palabras que expresan el supremo misterio de la fe: “Esta es mi sangre”. En mi
patena pongo a quienes vivirán este día desde la vitalidad, los jóvenes, los
fuertes, los sanos, los alegres; y en mi cáliz, pongo también a todos los que
serán aplastados y rotos hoy, a los que la vitalidad se les escapa de sus
vidas. Te lo ofrezco en este altar que abraza todo lo que nace y lo que muere y
te pido que lo bendigas.
Y nuestra
comunión con tu voluntad no será completa, no será cristiana, si, junto con
todos los frutos que este nuevo día nos regala, no aceptamos en nuestro nombre
y en el nombre del mundo, aquellos procesos, escondidos o manifiestos, de
debilitamiento, de envejecimiento y de muerte, que incesantemente consumen el
universo, para su salvación, para su condenación. Señor, Dios, nos entregamos
con abandono a esas fuerzas de disolución, en las cuales creemos ciegamente que provocarán que nuestros estrechos
egoísmos sean reemplazados por tu divina presencia. Unimos en una única oración
el disfrute de lo que tenemos y nuestra sed por lo que nos falta.
Señor,
enciérranos en las profundidades de tu corazón, y entonces, sostennos allí,
quémanos, purifícanos, enciéndenos,
sublímanos hasta que nos convirtamos absolutamente en lo que Tú quieres
que seamos, a través de la aniquilación de todo egoísmo en nuestro interior. Am[en.
Para Teilhard
esto no se confundía con la celebración de la eucaristía en una Iglesia, sino
que lo vio como una prolongación o extensión de la eucaristía, donde el Cuerpo
y la Sangre de Cristo se encarnan en un pan y un vino más amplios, a saber, en
el entero mundo físico en el que se manifiesta el misterio de la carne de Dios
brillando a través de todo esto.
Teilhard
fue ordenado sacerdote católico romano, comprometido por su ordenación a decir
misa por el mundo, a colocar pan en una patena y vino en un cáliz y ofrecerlos
a Dios por el mundo. Nosotros también, todos los cristianos, por nuestro
bautismo, hemos sido hechos sacerdotes, y como Teilhard, nos hemos comprometido
a celebrar la misa por el mundo, lo que supone ofrecer metafóricamente nuestras
patenas y cálices, pan y vino por el mundo, en cualquier forma que pudiera
tomar en el día que nos ha sido dado. Hay muchos caminos para hacer esto, pero
deberíamos intentar esto: cualquier mañana cuando el sol está saliendo por el
horizonte, permite que su fuego rojo y dorado inflame tu corazón y tu empatía
de manera que extiendas tus manos y reces la oración eucarística de Teilhard
sobre un mundo que amanece.
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